miércoles, 26 de diciembre de 2007

La maldición de la llave de bronce (2)

Ben Celaf aprendió rápido del genio de la lámpara que pedir deseos es una negociación compleja. Cuando empezó diciendo "sólo tengo un deseo: poder pedir infinitos deseos", el genio enseguida replicó: "eso no es posible, hay reglas, ¿sabes?". Y es que en el mundo de los genios, oculto a la vista de los humanos existe un reglamento implícito, que establece unos pocos principios a los que todos los genios están sujetos, pero que por otro lado les deja amplia libertada para intentar engañar a los humanos.

"Nada es infinito ni eterno, pero la indefinición puede prolongarse en el tiempo", le comentó el genio. "Y por supuesto, el máximo de concesiones que estoy dispuesto a hacer a cambio de mi libertad es de tres".

El artesano comprendió en seguida que el primero era un principio de su reglamento, pero el lenguaje del genio le permitió entrever que el número de concesiones podría ser objeto de negociación.

Anabel se puso muy contenta porque había encontrado un mejor comprador para la llave de bronce que los comerciantes del rastro. Cuando el vecino torero le dejó que pusiera el precio, Anabel pensó en un viaje por Europa, y tras la primera sorpresa cuando el torero le dijo "¡Hecho!"; se dio cuenta que debía de ser un objeto valioso. Pero Anabel no se dejó llevar por la codicia, y esa misma tarde habían consumado la transacción.

Al día siguiente, Anabel estaba esperando a Bernardo, con el que tenía que ir a la universidad, para contarle las buenas noticias: ¡Podrían ver París, Londres, Berlín...! Seguro que sería mucho mejor que aquel viaje a Granada, aunque ese tampoco había estado mal... y cuando estaba pensando en esto, ella también se convirtió en una estatua de bronce.

2 comentarios:

  1. Ando espeso, pero no pillo la relación genio-maldición de la llave.

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  2. Bueno, por si no es obvio, esta entrada es parte de una serie... :-)

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