martes, 4 de diciembre de 2007

La maldición de la llave de bronce

Esta historia comienza en Granada, donde en el reinado de un rey nazarí, un artesano del metal llamado Ben Celaf examinaba la chatarra que había comprado, para transformarla en una pieza esencial de para los muebles en ese momento: llaves y cerrojos.

Entre la chatarra había una vieja lámpara de bronce. Por supuesto, con un genio dentro. Pero Ben Celaf ya había leído las Mil y una noches, y pensaba que sabía como tratar a los genios. Así que ahí comenzó una batalla de ingenios.

Mucho más tarde, en la última parte del siglo XX, un honorable barrendero madrileño llamado Anastasio Bravo Caballero encontró cuando ejecutaba su duro trabajo una bella llave de bronce, muy elaborada: "Hay que ver lo que tira la gente a la calle", pensó, "por esta llave seguro que me puedo sacar unos durillos en el Rastro, para el regalo de cumpleaños de Anabel". Y se la metió en el bolsillo.

Pero al día siguiente, cuando le tocaba volver a ir a trabajar pensó que la llave le pesaría mucho y la dejó en casa, pensando en llevarla al Rastro el domingo.

Y así, cuando esa mañana estaba trabajando en la plaza de Jacinto Benavente, pensó en el regalo que compraría para su hija Anabel. Y mientras en eso pensaba, se dijo "la verdad, cómo ha crecido... cómo echo de menos cuándo aún era una niña". Y de repente quedó transformado en una estatua de bronce. Y ahí se ha quedado hasta nuestros días, pensando en su hija Anabel.

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