martes, 15 de enero de 2008

La maldición de la llave de bronce (4)

Como sucede con frecuencia, el artesano y el genio pensaron que se habían engañado mutuamente: mientras que el genio pensó que Ben Celaf se despistaría y fácilmente algún día dejaría momentáneamente la lámpara para ocuparse de cualquier actividad, Ben Celaf pensaba transformar la lámpara en un objeto que pudiese llevar consigo. Así pues, fundió el bronce de la lámpara para crear una llave que llevaría a partir de entonces colgadas de su cuello en todo momento.

Cuando el genio acudió fiel a su cita en el solsticio de 1398, en el que Ben Celaf quería pedir riquezas (afortunadamente para él, en aquellos años se estaban inventando los primeros bancos), el genio notó que la lámpara ya no estaba, y antes de conceder el deseo, pidió explicaciones. En respuesta a ese ingenioso truco, el genio le lanzó una maldición:

-- "Aunque me has engañado, no puedo dejar de cumplir mi palabra. Pero sin embargo, cuando pierdas la posesión de ese bronce, no sólo envejecerás normalmente, sino que además quedarás maldito y te convertirás en una estatua de bronce en el momento en que recuerdes el pasado con regocijo. No sólo, sino que además esa maldición pasará a los siguientes poseedores de la llave".

Cuando el torero Aguileño vio que la hija de sus vecinos tenía una llave de bronce, recordó el sueño que había tenido esa noche, en la que un amuleto le salvaba la vida al día siguiente frente al toro. Y no dudó ni un momento en pagar lo que fuese por esa llave. Gracias a ella, tuvo una larga carrera, en la que cada año tomaba posiciones más arriesgadas frente al toro.

Sin embargo, lo que él no sabía era que el amuleto, que llevaba siempre consigo, le protegía la salud, pero no tenía ningún efecto sobre los toros, por lo que en más de una ocasión su valor le ocasionaba algún revolcón que otro, de los que salía milagrosamente indemne. Pero aquella tarde en la que el revolcón había sido un poco más fuerte de normal, la cuerda de la llave se rompió. Aunque posteriormente el toro no tuvo ninguna escapatoria, el torero dejó la llave a buen recaudo en su despacho, para poder salir a hombros sin que la llave se le cayese entre la muchedumbre.

Ya una vez fuera se hubieron dispersado las multitudes, saludó con la montera a Asunción, que se acercaba a él desde la calle e Alcalá. Y recordando la pasión de la noche anterior, quedó así transformado en una estatua de bronce, con la montera al aire.

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